El Moisés de Miguel Ángel

Cuando el profeta Moisés regresó del monte Sinaí con las dos Tablas y los diez mandamientos de la Ley escritos por Dios, encontró a sus vecinos haciendo lo que no debían: estaban adorando al becerro de oro. Encolerizado, supo contenerse unos segundos antes de lanzarles las Tablas. Ese es el momento que eligió Miguel Ángel Buonarotti para esculpir su Moisés, entre los años 1513 y 1516. Desde sus más de 2 metros de altura, Moisés tensa todos los músculos y expresa, con su rostro de mármol, una ira que está a punto de estallar ante las bajezas humanas.

La terribilitá, la inminencia de un acto violento, es lo que supo plasmar Miguel Ángel en esta escultura que iba a ser una pieza importante del conjunto funerario para el Papa Julio II. El grandioso proyecto inicial sufrió sucesivas modificaciones hasta convertirse en un modesto monumento funerario adosado, presidido por la figura de Moisés, en la Iglesia de San Pietro in Vincoli. No obstante, Miguel Ángel invirtió 40 años de trabajo y se considera la obra más representativa de su época de madurez.
En el Moisés opta por una figura perfecta, de poderosa anatomía y magnífica plasticidad. Sin duda, el descubrimiento de la escultura helenística de Laoconte tiene mucho que ver con este proceso. Esculpe la figura sobre un inmenso bloque, sin añadidos o divisiones, y lo va tallando frontalmente, hasta liberar del bloque la figura entera (como si se tratara de la lucha de la materia por alcanzar la forma). Trabaja el cuerpo con gran virtuosismo, pulimentando cuidadosamente las superficies, lo que favorece los valores táctiles. El trépano del pelo, barba y ojos, así como los pliegues de la ropa crea notables efectos de claroscuro, que acentúan el volumen y notables contrastes entre texturas rugosas y suaves de la piel. Dota a la figura de un movimiento equilibrado y rompe con la rigidez frontal y la simetría aplicando el contraposto clásico (ritmo cruzado entre los miembros del cuerpo): cabeza muy girada, contrabalanceo de piernas (pierna derecha hacia fuera e izquierda hacia dentro) y las líneas de los brazos entrecruzadas (brazo estirado y brazo doblado). Este ritmo zigzagueante se acentúa con el gesto de la mano sujetando la barba. Se impone así una visión de calma y tensión contenida, a través de un movimiento en potencia, al captar el momento anterior a la acción, al estallido de la ira del profeta, que está a punto de incorporarse y romper las Tablas de la Ley.
Estamos ante una obra paradigmática de los logros y conquistas que Miguel Ángel aporta al arte occidental y de las peculiaridades de su clasicismo. Con Miguel Ángel, el equilibrio clasicista entre belleza ideal y realidad expresiva alcanza su cota máxima. Pero con él ese equilibrio se rompe, significando el fin del Renacimiento clasicista y el origen de un nuevo lenguaje estético: el Manierismo.

Moisés de Miguel Ángel

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